martes, 26 de enero de 2010

Ojos carbón

Nuevo... Como cada vez que se ponía el sol al final del mar, donde parecía alcanzable, pero como todo lo que imaginaba y deseaba, no lo era.

Un día en que no apareció el sol, donde sólo se veían nubes al final de la isla, se vio pasar un joven de gorro chilote en pleno verano. Usaba pantalones escandalosos, y pasados de moda. Ese día me senté en el muelle; pensé que iba a llover y no encuentro mejor lugar para mojarme la cara y el pelo, mientras pienso.
Estuve media tarde sentada ahí y el joven se acercó. De espalda a él, sin notar su presencia, se acerca suavemente a mi oreja, y me dice algo al oído que no alcanzo a comprender, sólo sentí su voz como un leve suspiro. Me di la vuelta y lo vi. Esos ojos color carbón que jamás vi antes, su pelo ondeado y largo, llevaba dreadlocks. Amé de inmediato su sonrisa, esa "margarita" que se hacía en su mejilla izquierda, que a penas se pronunciaba debajo de sus barbas, que tan bien le asentaban. Me dijo que había llegado hace poco al pueblo, y que andaba de paso. Era artesano, y fotógrafo, se veía algo así como "medio hippie". La verdad es que no me explicó qué hacía en el pueblo, y en realidad no me importó. Me preguntó si conocía un hostal, o algo parecido, y barato, pues no contaba con mucho dinero para quedarse, y claro... cómo no iba a conocer una, si he vivido en este lugar por 23 años.

Se mostraba muy amable y sonriente, me preguntó cómo llegar, y si tenía algo que hacer, a lo que respondí "no", y entonces me invitó a un café. Se veía un poco mayor, pero no fue impedimento para que el tipo hiciera esfuerzos por hacerme sentir atraída. Por su acento, era evidente que venía de afuera, de otro país. Me preguntó cómo me llamaba y me insistió en que le acompañara. En mi vida había dicho a un desconocido información certera, pero la verdad es que no pude contenerme cuando vi sus ojos, y su sonrisa, me dio confianza.
Así que fuimos a un restaurante, y no sé en qué minuto, la invitación a un café se transformó en cervezas. Bebimos y no me pareció hombre más interesante hasta entonces cómo él; era Uruguayo, y viajó sin nada de dinero por mucho tiempo hasta llegar aquí. Seguimos bebiendo, y me abstraje en un mundo paralelo, en donde no había más ser humano que los dos, y sus historias. Era fascinante.
Pero en algún punto, donde el alcohol de la cerveza ya había hecho efecto, en algún punto que no sé cuál fue, logré aterrizar al mismo tiempo y espacio compartido por el resto de la humanidad, y recordé que ya era tarde. Le dije que debía irme, me despedí y salí por la puerta casi corriendo, sin siquiera esperar a que él también lo hiciera. Y caminé. Y un par de cuadras avanzadas, escucho que me grita; sigo caminando sin voltear, mientras él corre para alcanzarme, y camina a mi lado. Extrañado me pide mi teléfono o algún lugar donde poder volver a encontrarnos. Pero no respondí, no hablé, sólo caminé. Y entonces caminó conmigo en silencio. Llegué al muelle, otra vez. Y me senté en un bote que estaba a la orilla. Por supuesto, se sentó junto a mi. Era día de luna llena, y eso jamás me lo perdería. Nos hicimos hacia atrás, y vimos el cielo, la luna. Seguimos hablando, y hablando, y hablando... hasta que se hizo muy noche, y se quedó dormido. Desaparecí.

No volví a verlo durante tres días. Y como si el destino hubiera querido reencontrarnos, exactamente eso pasó.

Caminaba por una cueva cerca de la costanera, un lugar maravilloso, donde se pueden escuchar sonidos inimaginables... es como si el mar te hablara seductoramente al oído.
Y helo ahí, se encontraba fotografeando el lugar. Me acerco junto a él. Y camino con él. Tomo su mano derecha y lo llevo a un lugar aún más hermoso. Una cueva un poco más pequeña, muy oscura, muy profunda, donde sientes que estás caminando bajo el mar, donde sientes cada ola que pega en las paredes de piedra, donde puedes imaginar uno y mil animales acuáticos. Y aunque nada se veía, le insto a cerrar sus ojos, y abrir sus oídos, y cada uno de sus sentidos. Paso mi mano sobre su cara, sobre sus mejillas, sobre sus ojos, sobre sus labios, centímetro a centímetro sobre su piel. Me dice todo lo que ve, y ve cosas maravillosas, ve burbujas, ve mil colores...
Tomo su mano y la pozo sobre mi pecho, justo al centro. Y mi corazón corre, y corre, como si quisiera llegar a la luna, como si el tiempo fuera corto, y lo último que haré está a punto de ser sorteado, y no quiero, no esperaré a que alguien me diga qué hacer, no, quiero alcanzarlo.
Le hablo al oído, y tiene la misma sensación de haber fumado marihuana. Siente que va a otro mundo, siente que no necesita ver nada. Paradójicamente, siente que el espacio es tan lúgubre, que puede ver todo el universo. Y entonces comienza un juego de batida.

Y al fin, por primera vez alcancé, alcancé a conocer lo que siempre quise, alcancé a tocar el sol con el dedo, alcancé a conocer el universo entero. Desaparezco, y conmigo me llevo su fotografía, su retrato ojos color carbón, que guardé en mi vientre...